viernes, 6 de diciembre de 2013

1991: Mandela en Barcelona


Como suele decirse, yo estuve allí. Apenas hacía un año que Mandela había salido de la cárcel. Pasqual Maragall era alcalde de Barcelona. Estaba la ciudad en puertas de vivir la Olimpíada del 92. Mandela no era aún presidente de Sudáfrica, pero era un símbolo de la lucha contra el racismo, y también lo era de la defensa de las libertades, la igualdad y la decencia. Por eso fui a verlo aquella tarde. Pocas personas he visto que comunicaran tanto simplemente con su voz y su presencia. No sé si mi ciudad le dio la importancia que tenía. Le habían preparado, por todo escenario, un rústico tablado en una esquina de la Plaza de Sant Jaume, de una austeridad improvisada y un punto inadmisible, para que se dirigiera al escaso público, negros en su inmensa mayoría. El acto duró poco. No tengo fotos y por eso las tomo de la prensa. Recuerdo el sonido de los tambores que tocaban los negros y sus cánticos y sus bailes y hasta creo recordar que Mandela también bailó, ¡dichosa memoria!... La impresión que nos causó no se me ha olvidado. Descanse en paz.

2 comentarios:

Joselu dijo...

Estos días me sumerjo en su trayectoria y su vida leyendo todo lo que se publica sobre él. He leído con especial interés los artículos de John Carlin en El País. Es increible que tras veintisiete años de cárcel su espíritu no se hubiera rendido a la desesperanza o a la idea de venganza. Me maravilla su temple espiritual que le llevó a enfrentarse a su propio partido y tender la mano a los opresores y asesinos de su pueblo.

Sin duda tienes que atesorar esa presencia de Nelson Mandela en tu memoria afectiva en aquel acto desangelado, a tenor de lo que dices, en la plaza Sant Jaume. Tú tuviste ocasión de verle, de conocer tu potencia personal, su valentía humana, su capacidad de resistencia, su sonrisa.

¡Cómo me hubiera gustado estar allí!

Un abrazo.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Gracias, Joelu, por tu comentario. Leí tu entrada, excelente como todas las tuyas,sobre Mandela. Me pareció muy atinado el final.

Un abrazo, Javier.