viernes, 17 de mayo de 2013

Manuel Lamana, Los inocentes / 2


Vaya por delante, Los inocentes me parece una de las novelas cortas sobre la guerra civil española más lograda y original. El narrador, contando desde la perspectiva de Luisito, un joven de catorce años en el que se adivina cierto trasunto biográfico del autor, que se desplaza desde Madrid a Valencia con su familia en noviembre de 1936 y va a vivir en la ciudad en guerra hasta su trágico final, ofrece al lector, además de la guerra en sí misma, contada de modo tangencial, como el caso de la niña cuyos padres mueren en la toma de Málaga por los nacionales ametrallados desde un avión que asesina a la gente que huye por las carreteras, los efectos que esta tiene sobre la conciencia de un joven todavía en formación.

En el libro que comentaba en la entrada anterior, Diario a dos voces, Manuel Lamana nos dejó, ignoro si deliberadamente, una de las claves de esta novela, cuya primera edición publicó Losada en Buenos Aires en 1959. El Manuel Lamana de ese diario, que tantos puntos en común tiene con el Luisito protagonista de la novela a la que me refiero, escribe:

He pensado a veces cuánto perdería el mundo si yo muriera, si hubiera muerto en un bombardeo, por ejemplo. He pensado también que el mundo es todo para uno. Habría entonces algo así como una suma: el mundo y yo, mano a mano los dos. Tanto me completo yo en el mundo como el mundo conmigo. Ahora veo que no, que nadie es tan imprescindible. Aunque uno falte, el mundo sigue funcionando igual. ¿Pero puede ser que yo desaparezca y para el mundo no importe? No digo para mamá y para mis hermanos: para el mundo. Por lo que he visto, basta con que los demás se corran un poco y el hueco estará tapado. Todos seguirán comiendo, todos seguirán charlando. Yo no estaré, nada más, pero ¿quién se dará cuenta?

La lucidez de esta reflexión, llevada a cabo por un Lamana adulto, puesta en el pensamiento de un muchacho de dieciséis años que se enfrenta a la crudeza de un exilio injusto,  emparenta con la actitud vital de Luisito, un joven que se envuelto en una guerra cruel y durísima que otros, en su felonía, en su rebelión, le han impuesto; ello le obliga, quizá infructuosamente, a adaptarse al paisaje, físico y moral, que esa misma guerra ha creado.

La monotonía, la abulia en muchos momentos, la falta de horizontes vitales, la sensación de estar viviendo un tiempo estancado y muerto, conducen a Luisito a una actitud, de marcados rasgos existencialistas, que tiene no pocos puntos en común con la del Lamana que escribe el diario postergado de su exilio en Francia en 1939: "Luisito se sentía cansado. El cielo era azul, pero él lo sentía gris. Las piernas le pesaban, le pesaba la cabeza, los pies se le apretaban contra las paredes de los zapatos. Cerraba los ojos y andaba unos pasos, para mejor no estar."

Luisito, forzado testigo de unos acontecimientos detestables, siente la guerra en su vida diaria y en lo que habla con sus padres y en lo que ve y lo que oye; ya sabe, por ejemplo, que los rebeldes "mataban a todo el que no pensaba como ellos", que en su familia eran republicanos, y que no todos, en palabras del padre, defendían acertadamente la República, sobre todo quienes, amparados en el anonimato de la noche, asesinaban lo mismo que los del otro lado. Don Luis, el padre del personaje, educa a su hijo en la tolerancia y en el intento vano de lograr algún día la concordia entre los que entonces se mataban en los frentes. Al hilo de la muerte de dos de sus colaboradores, ametrallados desde un avión cuando circulan en coche por la carretera de Sagunto, reflexiona lúcidamente ante su hijo con estas palabras:

Cuando a un español no le gusta lo que hace otro dice: "Ese no es de mi España, es de la otra media". Nos empeñamos en no ver. Nos empeñamos en negar lo que no nos gusta. ¡No es de mi España! ¿Quién da el derecho a esa posesión excluyente? Y así llega el día en que el mito lo encontramos convertido en la verdad más crasa. En que realmente España está partida por la mitad. En que ya no es de nadie. En que todos nos tenemos que poner a matar. Y en un día de sol como hoy nos matan a Prados y a Marín. ¿Te das cuenta? ¡Por España! Algún día, quién sabe, nos daremos cuenta de que españoles somos los de aquí y los de allí, y que no hay España sin los dos. A mí ellos no me gustan. Ni yo a ellos. Pero somos todos del mismo suelo. Es así."

Por eso el narrador, estratégicamente situado detrás de la conciencia de Luisito, reflexiona así sobre el significado de la guerra:

La guerra había llegado hasta ellos y les había hecho sentir el odio de sus mayores. Y aquí estaba el problema que estremecía a Luisito y le hacía quedar en el vacío sin llegar a formulárselo: ¿Ellos iban a seguir odiando? ¿El odio de los mayores ya no se lo iban a poder arrancar? ¿Iban a seguir diciendo acusadoramente "vosotros" y "nosotros"?

Quizá el final trágico de Luisito, causado sin duda por ese odio, sea una respuesta a esas preguntas. 

Los inocentes es una gran novela, una de las mejores sobre la guerra civil española. Reeditada en 2005 por la editorial Viamonte, con un prólogo excelente de Constantino Bértolo, es una lectura obligada por su calidad literaria, por la originalidad en el tratamiento de la guerra, por su hondura humana. Se preguntaba Lamana si alguien, caso de haber desaparecido en un bombardeo, por ejemplo, se daría cuenta de que no estaba o no estaría. Sí, claro que hay quien se daría cuenta, todos los lectores que han leído sus libros, que se han emocionado y estremecido con ellos, al margen, naturalmente, de quienes le conocieron y vivieron junto a él, Isabel Luzuriaga, su mujer y sus hijos María Luisa y Miguel, a quienes dedicó la novela en 1959, así como a todos los niños, en paz o en guerra, porque Los inocentes también puede considerarse una novela de aprendizaje, de iniciación a la vida en un tiempo en el que la vida no valía nada, una novela de acceso a la experiencia en unas circunstancias terribles que afortunadamente, a pesar del dolor, este país aprendió a superar, mirando hacia adelante y dejando atrás los enfrentamientos estériles; por eso, creo que esta novela debería ser leída por los jóvenes que, como el Luisito protagonista, estén ahora en la adolescencia, para que conozcan el pasado y no lo olviden nunca. 

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