martes, 4 de mayo de 2010

Mi paseo por Barcelona en primavera



A Joaquim, el més barceloní dels barcelonins, en l'amistat.

Cuando llegué a la ciudad, en la primavera de 1973, Barcelona vivía de espaldas al mar. Su fachada marítima se reducía a escasas playas desordenadas y anárquicas, repletas de merenderos, de casetas de baños, encajonadas entre fábricas, tinglados y construcciones avejentadas que encarcelaban la mirada sobre el mar y la reducían a destellos anhelantes de espacio y horizonte. Tenía todo un aspecto destartalado, como por hacer, esperando la llegada de un orden imposible. El barrio más cercano al mar, la Barceloneta, era un espacio degradado, olvidado, como si los que gobernaban la ciudad desde el autoritarismo hubieran decretado que los edificios y las estrechas callejuelas que lo conformaban hubieran de ser la frontera última de la urbe, como si no estuviera el mar detrás, reclamando dignidad y atención.


Con el paso de los años, y sobre todo con el impulso olímpico, las fábricas y talleres que se esparcían a lo largo de la costa e impedían con sus muros y sus chimeneas la llegada franca hasta el mar, fueron desapareciendo, derribados por la piqueta que abría caminos y recuperaba playas y arenales, dársenas y malecones donde era tan fácil sentirse, con Neruda, abandonado como los muelles en el alba. En su lugar se levantó un puerto deportivo de nueva planta. A veces las ciudades crecen a golpe de eventos y recuperan espacios olvidados durante décadas hasta la degradación y el sinsentido.

Cuando llegué a la ciudad, entonces, aún podían leerse insultantes pintadas con el lema “fora xarnegos” escritas con letra apresurada en la clandestinidad de las paredes más escondidas y secretas. Hoy, en mi paseo solitario por todas estas avenidas redescubiertas, escucho hablar en no sé cuántas lenguas y me cruzo, siendo como es día festivo, con gentes de múltiples nacionalidades, familias que buscan el yodo del aliento marino y la caricia del sol primaveral, la brisa refrescante de un mar que nada sabe de idiomas, naciones ni banderas. La ciudad no desaprovecha, sin embargo, la oportunidad de afirmarse en lo que es y así, el símbolo de las cuatro barras que conforman la enseña catalana se despereza hacia el cielo libre de la esplendente mañana de finales de abril.


La modernidad de los arquitectos asombra con estos edificios emblemáticos que se yerguen sobre lo que antes eran solares abandonados. Esta vela de hormigón y ventanas, de curvas insinuantes, imponente en sus alturas, parece como marcar la proa de la ciudad adentrándose en el mismo mar que antaño ignorara.
 

Las velas navegan libres sobre las aguas y se reflejan, como una metáfora del tiempo eterno y recuperado, sobre los ventanales del edificio, como si por fin la ciudad se hubiera reconciliado, ya para siempre, con el mar a cuyas orillas fue fundada hace tanto tiempo que ya no es capaz de ser abarcado por la memoria.
 


Nota. Las fotos fueron tomadas por mi hija Marta el último domingo del mes de abril. Las traigo aquí ahora para ilustrar esta entrada. El edificio "Vela" fue concebido y diseñado en el "Taller de Arquitectura", del arquitecto Ricardo Bofill.

5 comentarios:

Joaquín Parellada dijo...

No sé si ser “barceloní” es un mérito o lo contrario. En todo caso, hoy por hoy, es una realidad inexorable. Aún recuerdo lo que decía un antiguo profesor nuestro, R. P., “a mí que me entierren en los parterres de la plaza de Urquinaona”. Lo cierto es que cuando, conmovido, he leído tu entrada, he recordado algunas de las playas que nos han acompañado: la de la Marbella antes de los Juegos (Daniel en una barca de pescadores) o la de Castelldefels, tras una paella a pie de mar (aún había chiringuitos), entre conversaciones iniciáticas. Un abrazo fuerte y emocionado.
J.

Joselu dijo...

A falta de cualquier otra seña de identidad, reconozco que me encuentro cómodo sintiéndome de Barcelona, una ciudad impura, múltiple, abierta, plural, que fue indómita en el pasado para convertirse hoy en escaparate oficioso del poder que ha limado asperezas, eliminado aristas y cualquier misterio... Aquella Barcelona que conociste cuando llegaste era una ciudad rebelde aunque de espaldas al mar... Había zonas no controladas por lo correcto. Hoy Barcelona es una ciudad sumisa, ordenada, diseñada, tremendamente aburrida, sólo abundante en turistas en calzones cortos. Su sabor de antaño se ha domesticado y su rebeldía sólo está en los textos de Jean Genet o los faralaes de Ocaña. Hubo un tiempo en que Barcelona era "la rosa de fuego", pero hace tiempo que ha dejado de serlo. Un abrazo.

Maria Olivé Serrano dijo...

Walter y yo hemos leido juntos tu paseo por nuestra ciudad "de adopcion", la saudade habrìa sido inmensa si no fuera que estaremos allì muy pronto (15-23/05) Hemos intentado enviarte un email pero seguramente no te ha llegado. Queriamos ir una noche al Reuniòn con Cati i Carles (si no estan enfermos) i Vicente. Qué os parece? Dinos algo... Un beso. Assumpta&Walter

Fernando Valls dijo...

Felicidades al autor y a la fotógrafa por la entrada y al homenajeado por los merecidos honores. Abrazos.

Javier Quiñones Pozuelo dijo...

Querido Joaquín, la nostalgia convoca a la nostalgia y la nuestra se pierde en esta fachada litoral de Barcelona que ambos vimos transformarse al correr de los años, mientras crecían, sin darnos cuenta, nuestros hijos...

Joselu, leyendo tu entrada en tu blog comprendo bien el sentido de tu comentario. Barcelona es hoy asimilable, lo digo por los viajes que uno hace por ahí, a tantas ciudades europeas. Ya no es la Barcelona anarquista del Paralelo, la de las conversaciones de "Campo cerrado" de Aub o de "Can Girona" de José Ramon Arana.Ni siquiera es ya la Barcelona de la transcición, a lo que más se parece con el paso de los años es a las grandes ciudades europeas. Dejo para ti el decidir si esto es bueno o no.

Assumpta y Walter, como decía Max Estrella "Barcelona es cara a nuestros corazones". Desde Vicenza se siente la nostalgia de este mar y del laberinto de callejas del barrio de Sant Andreu: ¡ay, las esperas de madrugada para arrancar en los viajes..."

Gracias, Fernando, y que conste que te las doy enfrascado en la lectura de "Siglo XXI".

Un abrazo a todos, amigos, y gracias por vuestros amables comentarios, Javier.